martes, 28 de mayo de 2013

Mi texto para SAUNA revista de arte #29: "Seúl, un lavadero clandestino y el chico más lindo del mundo"

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Seúl, un lavadero clandestino y el chico más lindo del mundo
Reflexiones sobre cine, cortos y arte
por Mariano Soto

Still de la película Tiro de gracia, de Ricardo Becher, 1968. Sergio Mulet como Daniel

La cámara de Becher va, viene, vuelve y se detiene, regodeándose en la belleza de Daniel, en la geografía de su cuerpo y en su estupendo rostro varonil. La sangre corre en tropel hacia allá abajo, donde la animalidad del cronista se despereza. El deseo físico y la admiración por el par son los principales vectores, ahí donde se funden el poseer a un hombre con el querer ser como él, porque se lo admira.
El personaje de Daniel está personificado por el actor Sergio Mulet, protagonista y a la vez guionista de la película Tiro de gracia; porque, además de ser sexy, este chico escribía guiones de cine, canciones y poemas.
Sobre el final de la película, en una de las últimas escenas y en el último de los flash-in que la caracterizan, vemos un desierto árabe en el que tres beduinos evidentemente violentos, tropiezan en medio del árido paisaje con un Daniel atado a un poste, casi desnudo, en una imagen claramente emparentada con la iconografía sansebastiana, tan ligada al imaginario gay. Las risotadas de los beduinos y el cuerpo yacente de Daniel, al final de la escena, nos permiten imaginar lo ocurrido. O fantasear con ello.

¿Qué hace de esta película filmada en 1968 y estrenada un año después, una pieza absolutamente contemporánea o, como dice un blog de cine visto por ahí, que parezca “hecha hoy a la mañana”? ¿Qué la hace tan atractiva aún cuarenta y tantos años después? ¿Qué la volvió una pieza de culto?
Una de las respuestas posibles tiene que ver con la época a la que pertenece y a la que retrata: los últimos años de la década del ´60 son el punto álgido del siglo 20 y, de algún modo, el molde en el que está vaciada nuestra vida actual. Representan el quiebre de un paradigma y de un modo de ver y entender la vida y el mundo. No casualmente, son a la vez un punto de inflexión artístico y estético, donde se generan lenguajes, discursos y tensiones nuevos, o más bien donde fraguan definitivamente, otros que venían operando desde una o dos décadas atrás. Cambios, evoluciones, revoluciones, trastocamiento de roles sexuales, quema de corpiños, Stonewall, religiones orientalistas, lucha de clases y de todo tipo de minorías por su reconocimiento, procesos de descolonialización.
Signo de una época –una irrepetiblemente fértil y optimista- Tiro de gracia pone en primer plano la representación de un nuevo tipo de individuo: un “hombre social” urbano, fragmentado, individualista, insatisfecho, solitario. Y joven.
Narrativamente ligada a Kerouac y la generación beat -por ese jamming de imágenes inspirado en el cool jazz de los ´50-, con momentos emparentados a Antonioni, Buñuel y Fellini, la obra resulta contemporánea hasta los tuétanos. La mirada sobre la mujer –independiente, sexualmente activa y desmelenada-, la ambigüedad homoerótica que flota por momentos en el aire y la libertad desolada que se respira todo el tiempo la vuelven vigente, aunque, por momentos, acuse inevitablemente los detalles que la circunscriben a su momento.
Ricardo Becher, su director, estuvo ligado siempre al mundo del arte. Hasta el último día de su vida. Fue uno de los fundadores, casi a los ochenta años, de un movimiento artístico: el “Neo expresionismo digital”, una techne que opera saturando colores y forzando imágenes a través de medios electrónicos, y que él mismo puso a prueba en su última película, El Gauchito Gil: la sangre inocente, de 2006. Para fines de los ´60, era allegado al mítico Instituto Di Tella, y en Tiro de gracia, hay un fondo ligado a las artes plásticas de modo contundente. El pintor Alfredo Plank es uno de sus protagonistas, y se interpreta a sí mismo, como  un amigo inseparable de Daniel. Lo mismo el artista y escenógrafo Roberto Plate, quien, en ese mismo año ´68, grafiteó los baños del Di Tella con leyendas provocadoras que hicieron que la policía clausure la muestra. También hacen de ellos mismos los legendarios intelectuales y críticos de arte Oscar Masotta y Carlos Espartaco. Se habla varias veces de éste último y de su “reciente” libro, citando, incluso, una frase en la que Espartaco juega con el final de la idea hegeliana de “consciencia desgarrada”.
La potente música de los flamantes Manal, una Susana Giménez morocha e ignota y una platinada Perla Caron previa al éxito de Mosaico, aportan más colores de época que la vuelven invaluable, no ya como documento histórico –o no sólo como tal-, sino más bien como muestrario de los modos de representación de sí misma que tuvo la comunidad bohemia e intelectual del Buenos Aires de la época. Becher representó a su círculo tal cómo se veía a sí mismo o, mejor, como quería verse idealmente. Para lo cual no resulta un dato menor el hecho de que el cineasta proviniese del mundo de la publicidad.

En esta misma línea interpretativa, pondré sobre el tapete dos cortos presentados recientemente en el BAFICI, obra de dos jóvenes artistas contemporáneos argentinos, que pueden resultar reveladores.
Sebastián Elsinger y su Going Places, y Germán Ruiz con Un día y Domingos.
En el caso de Elsinger, hay varios puntos a tener en cuenta. Fue alumno de Ricardo Becher en la FUC – y esto era desconocido por el cronista a la hora de decidir emparentar ambos artistas en esta nota- y los dos solían tener largas conversaciones sobre arte por ese entonces, mientras Elsinger estudiaba, además de cine, pintura en el IUNA. Los dos cortos que tiene hechos hasta ahora este artista, salieron del laboratorio de cine de la Universidad Di Tella… y el círculo se cierra. No obstante, los trabajos de Elsinger tienen un aura distinta; cierta melancolía y sordidez lejana pero latente, muy goddardianas, flotan en la atmósfera de sus obras. En el caso de Going Places, estamos ante una historia mínima apoyada en uno de los grandes temas universales: el amor contrariado. Filmada en Seúl, Corea del Sur, con actores coreanos y hablada en coreano, resulta una extraña traspolación que no deja de producir un feliz asombro. Para más, es una historia sobre inmigración –el chico dejó Seúl por Estados Unidos cuatro años atrás- pero, además, funciona como una ironización –acá sí, muy al estilo Becher- sobre procesos migratorios cruzados: un artista argentino residente en Buenos Aires, ciudad con una gran comunidad coreana de origen migratorio, cuenta una historia de amor coreana en coreano, convirtiéndose él mismo en migrante y trasplantado. Una operación interesante y que aporta otra capa de sentido, así el cruce haya sido intencional o fruto de alguna eventualidad azarosa. 
La historia está bien resuelta y, estéticamente, es aséptica, pero muy bella a la vez. Imágenes limpias, con medios o primeros planos de una cámara en mano que se mueve con el pulso, este detalle nos sitúa en un lugar casi clandestino, de asistir a una imagen robada, intimista, que funciona muy bien. El paisaje visto desde el tren al comienzo –con los únicos 30 segundos de música que tiene el corto-, los neones de color de la Seúl nocturna y las fotografías fijas que llaman directamente a la propia producción fotográfica de Elsinger –el cesto de basura de color en el piso- son los mejores momentos estéticos de este corto.
Por otra parte, y también salido de las entrañas del lab de los Di Tella, Un día, de Germán Ruiz, gana en imagen general y en fotografía fija, respecto al guión, al clima y a las actuaciones de su corto, que termina resultando una especie de juego de amigos adolescentes, aburridos un sábado a la tarde. Acá la representación de sí mismos –o de sus pares generacionales en el contexto compartido- tiene el tono de una sucesión de clichés de las microhistorias: una perra guardada en un bolso para hacer compras de super sin sentido, un lavadero clandestino y chicos solitarios, frikis pero con onda –o eso es lo que ellos creen- como raros habitantes de una ciudad abstracta e impersonal, este sí un dato bien veraz y contemporáneo. La excepción la pone el muy porteño carrito de choripanes en el que se detiene a comer –vestida de diva- una preciosa Valeria Licciardi.
En el caso de Domingos, el acierto de Ruiz es significativamente mayor. Un mensaje de texto en primer plano, un viaje en tren con destino al barrio familiar y la casa paterna plagada de perros entrañables y chillones, resulta la operación inversa a la pretenciosidad del corto anterior: una acuarela simple y cotidiana, vuelta Odisea sólo por poner el ojo y la intuición en el mismo lugar. La cámara subjetiva –que acompaña la voz de Germán- nos pone en el lugar de protagonistas de un encuentro íntimo familiar pero social a la vez, desnudo, desprovisto de artificios o forzamientos de actitudes, y ese es un aporte decisivo. Varias imágenes fotográficas potentes –la del perro marrón en el sillón blanco es hermosa- y el final nocturno, formateado con música al mejor estilo Tiro de gracia, son de los puntos más altos.
Para terminar, lanzo la piedra y escondo la mano, de cara a reflexionar sobre cómo los artistas argentinos representan en imágenes cinematográficas su comunidad y entorno y, por ende, a sí mismos. O mejor, como quieren que los vean. Si los chicos guapos y sensibles y las chicas desmelenadas y sexuadas de Becher se veían a sí mismos en el ´68 como actores de un momento trascendente, intenso y vivido individualmente pero a la vez con idea de conjunto; temo inferir que los chicos de Elsinger y Ruiz se vean como víctimas de la atomización psicológica social, la histeria amorosa y la conformidad con lavar la ropa en un lavadero clandestino o con reír –tristemente- bajo los neones de color en la noche de Seúl.

Still del corto Going places, de Sebastián Elsinger, 2012

martes, 21 de mayo de 2013

SAUNA revista de arte - Proyecto que llevamos a cabo junto a Dany Barreto, Juan Batalla, Guido Ignatti, M.S. Dansey y Charlie Goz. Salió el #29!


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http://www.revistasauna.com.ar/03_29/tapa.html

SAUNA #28: Néstor García Canclini entrevistado por Juan Giribaldi y fotografiado por Lucero González. SAUNA revista de arte: Pensamiento a 110°

miércoles, 24 de abril de 2013

Muestra que armé sobre Fontanarrosa para la 39° Feria Internacional del Libro en Buenos Aires


Mañana inaugura la 39° Feria del Libro en Buenos Aires. Este es un trabajo que hice para la Feria: una muestra gráfica sobre la figura de Roberto Fontanarrosa como escritor, de la que realicé la selección del material y el diseño museográfico. Con producción y colaboración de Guido Ignatti.
Vayan a la Feria y espero les guste la muestra, centrada en sus procesos de trabajo literario, en algunos dibujos inéditos y con algunas fotos de su vida.


jueves, 18 de abril de 2013

Mi texto para SAUNA revista de arte #28: "El problema es la pintura"


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"El problema es la pintura", sobre Mariana López en Schlifka Molina
por Mariano Soto


El vuelo de la remera blanca, como imagen, suena altamente poética y evocadora.  Bien cinematográfica, tanto que casi podemos ver ondear el rectángulo de algodón blanco, recortado sobre el azul de un cielo toscano, en un paisaje bucólico como de Bertolucci, quien, dicho sea de paso, planteaba muchas de sus escenas como pinturas clásicas.
Y ahí se cierra la elipse, porque la muestra de Mariana López en Schlifka Molina es de pintura. Y va sobre la pintura. Y Mariana López es pintora y hace de ello su credo.
Obras, tema y discurso versan sobre los alcances y la posibilidad de romper –aún- con los límites que la pintura pueda seguir encontrando.
Una mirada a su producción anterior pone de manifiesto que esta artista atraviesa un proceso de depuración en el que se vale de cada vez menos recursos, o de recursos menos espectaculares. Si recordamos las escenas hiperpobladas de sus obras de unos años atrás –enanos velazqueños, autos chocados, soldados totalitaristas, todo en dulce montón - y las comparamos con su producción actual, podemos sentir que López está asentada. Reconcentrada. Que cambió el caos demográfico y narrativo anterior por una dirección mucho más sutil, y, aunque no lo parezca a simple vista, mucho más compleja a la hora de interpretar y de hacerse preguntas.
La muestra tiene dos momentos, dos situaciones distintas, en las que se apela a diferentes motivaciones pero con resultados, también, desiguales.
En la sala que da a la calle, con una amplia vidriera que permite ver desde el exterior, está la prima donna de López: un objeto extraño, ambiguo, de grandes dimensiones, casi como una ballena azul varada en pleno Palermo Soho. Se trata en realidad de lienzos de gran formato, pinturas azules con motivos geometrizados en la misma línea cromática. Las telas envuelven algo que yace en el piso de la sala, sin que sepamos nunca a simple vista de que se trata. Esta es la pieza más inquietante y misteriosa de la muestra, y aunque juega con lo corpóreo y el concepto de instalación, la clave está en los dos grandes lienzos pintados al óleo. Lo que están cubriendo se torna secundario aunque el acicate por verlo revelado sea inevitable. De hecho, la obra incluye un momento cuasi performático o de acción, en que la artista –a través de un sistema de roldanas construido a tal fin- levanta un par de metros las pinturas revelando parcialmente el interior. Abajo aparece un sillón curiosamente tapizado entre otros objetos embalados en plásticos como para una mudanza. Tras su apariencia de re-versión de Christo, esta pieza funciona como una metáfora sobre la pintura y el objeto encontrado. La revancha de la pintora sobre la pos producción y el ready made, cubriéndolos, quitándolos de la vista.
Alrededor, en las paredes, tres lienzos colgados del reverso. Todos tienen idéntico corte prolijo, circular, premeditado. No hay nihilismo ni gestualidad. Es una operación limpia, con un destino claro. Estas piezas son de una gran belleza; desde el revés de la tela y su trama, hasta el anverso vuelto hacia afuera por el tajo fontaniano: lo que queda revelado es un motivo decorativo de mantel, pintado en azul sobre blanco, como un azulejo Pais de Calais imitado artesanalmente. Imperfecto, lindo pero tosco. Tiernamente patético. 
Hasta aquí  la muestra va por el andarivel de la ambigüedad, lo latente, lo inacabado o deforme, y las preguntas que deja flotando resultan interesantes por que plantean un enigma que no terminamos de develar nunca -mucho más allá de la anécdota del bulto escondido, claro-. Todo el conjunto funciona como un disparador múltiple, y el goal se ve reforzado por la sobriedad de los recursos visuales utilizados para ello. La lectura es particular y de conjunto.
La otra parte de la muestra, en la sala siguiente, juega (y esto es literal) con temas pictóricos muy concretos: el trampantojo, el ilusionismo, la traspolación de la pintura al objeto, las citas al arte clásico.
La cortina pintada sobre la pared a escala natural, es un trampantojo (o trompe-l'œil, para los que sepan pronunciarlo) contemporáneo. Y uso este término porque si bien se trata de una pintura hiperrealista, tiene un grado de tosquedad expresionista que la identifica claramente con cierta estética de este momento histórico. Y con la estética del trabajo de Mariana López en concreto. No obstante, siendo que el engaño visual se produce efectivamente, fundiendo los límites entre realidad y representación, la cortina tiene DNI de trampantojo a todas luces. Juega, incluso, con la cita a una cortina que Agatarco pintó para una obra de Esquilo. Lo escenográfico también está presente, aparece como guiño, y es un elemento que López planta a sabiendas en su trabajo. Hablamos de Agatarco, y ahora recuerdo los pintores de escenografías y diseñadores de “tramoyas” del teatro popular español del 700. López no se cansa de jugar y de citar. No es fresca, pero uno termina advirtiendo que es marcadamente lúdica.
Alrededor de la cortina una serie de objetos componen una instalación pintada y objetual que satiriza, dándola vuelta como un guante, la instalación con objetos encontrados. El juego de espejos es variado en ironías y ramificado, porque López pareciera decirnos (y el texto curatorial de Ezequiel Alemián es revelador al respecto) que la pintura en sí, no ya la representación, sino sus materiales más clásicos: óleo y lienzo, pueden salvarlo todo. Todo vuelve a su lugar, pero sólo porque pudo salirse de él.
Sobre el suelo, dos tachos de pintura, unas remeras plegadas, una cesta llena de pomos de pintura, varias biromes Bic y algunos sobres de carta. Nada es lo que parece. No hay papel, ni plástico, ni mimbre, ni industria. Hay lienzo y óleo, nada más. Que se salieron del plano y se volvieron objeto. La representación como una Alicia tras el Espejo.
Pero aquí es donde, también, se produce un cortocircuito: es tal el verismo de estos objetos creados que uno puede llegar a tomarlos por reales si no los toca –cosa que un museólogo, por condicionamiento Pavloviano, nunca hace-. Es por eso que acá el chiste ilusionista, el juego de espejos, la cita al canon clásico, se desinflan un poco y pierden fuerza.
Y hacen falta dos para el tango, dicen.


La muestra El vuelo de la remera blanca,de Mariana López, puede visitarse hasta el 27 de abril en la galería Schlifka Molina, Gorriti 4829, Buenos Aires.